MISHIMA, ¿GENIO O MUSCULOCA?
Por Eduador Nabal
Hoy día poca gente conoce bien la
obra del gran escritor japonés Yukio Mishima porque su terrible leyenda ha
ensombrecido una de las obras más brillantes, refinadas y estremecedoras del
siglo XX, con sus inmensas contracciones, como las que vivió ese siglo y de las
que bebemos ahora. El personaje y la persona de Mishima son una paradoja
andante: de niño delicado fascinado, educado por su abuela en un entorno
exquisito, fascinado por los cuerpos masculinos y convertido en guerrero
musculoso deseoso de un Japón que ya no existía, feudal y belicoso, resentido
con Occidente pero uno de los genios de las letras orientales más cercanos a
la sensibilidad y la receptividad narrativa de la novela, el cuento e incluso,
el teatro occidentales. Contando historias que van de la sordidez a la
descripción incisiva de la clase alta del Japón, de la condición femenina, sin
olvidar su autobiografía homoerótica y sus coqueteos con un ensayo provocador,
cercano a ideas de una derecha militarista que reinventó para sí. Aún hoy sigue
siendo un misterio la delicadeza de su prosa y la brutalidad o el absurdo
heroico y mesiánico de algunas de sus declaraciones, así como su exhibicionismo
masculinista.
Marcado por un origen noble pero
algo decadente, por una relación paranoide con lo sagrado, por una infancia
solitaria junto a su dominante abuela, una visión extraña del mundo que le
rodea (el Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial que se pliega con
habilidad pasmosa al capitalismo en versión occidental) y una tensión entre la
necesidad de dar una imagen de héroe o guerrero y su vida y obra pioneras en algunos
aspectos espinosos de la literatura gay del siglo XX como las relaciones
intergeneracionales, las ideas más grandes que la vida, las prácticas
sadomasoquistas o el culto al cuerpo como templo y a la vez como lugar del
castigo final. Algunas de estas ideas como su nostalgia de un Japón imperial
poblado de Samuráis a la antigua usanza sometidos a extrañas reglas le han
llevado a ser considerado, un tanto a la ligera, como un derechista peligroso o
un verdadero sociópata. De hecho Mishima llegó a congeniar más o menos con un
grupo de revolucionarios de extrema izquierda en un momento de su vida, pero en
la mente del escritor no estaba la transformación social sino las ínfulas
imperiales y la autodestrucción. Ya que además Mishima creó y participó en algunas
cédulas de carácter visionario no exentas de una parafernalia militarista entre
irrisoria y temible, todo lo contrario de su prosa elegante y sensible que
demuestra ser capaz, a pesar de sus exhortaciones imperiales, de comprender
todas las llamadas “debilidades humanas”. Mishima tiene una obra ingente con
obras maestras tempranas de la narrativa como las inolvidables El templo de
oro o El marino que perdió la gracia del mar. Hoy día pocos discuten su
talento a pesar de su temperamento que se hizo cada vez mas difícil y
extremista, llegando al absurdo de suicidarse mediante rituales viejos delante
de una cámara de televisión setentera.
Pronto, como otros escritores
disidentes de las normas sociales o al menos acogidos a normas muy
particulares, fue objeto de estudio de psicoanalistas aburridos o psiquiatras a
la antigua usanza. La obra más respetuosa sobre el autor de Confesiones de una
máscara (llena de resabios freudianos hoy algo molestos) sigue siendo el libro
de Margarite Yourcenar Mishima o la visión del vacío, donde una marginada de
las letras francesas con mayúsculas se acerca a la extraña sensibilidad de otro
marginado de las altas letras japonesas, que estuvo a punto de ganar el Nobel
pero perdió la batalla contra el demonio de un Japón misterioso, de una
masculinidad fóbica, de unas tensiones sociales y personales que, a pesar de
las aburridas aproximaciones clínicas (que han incluido a psiquiatras españoles
neofranquistas), siguen siendo un misterio y un prodigio de la literatura en
primera persona del siglo pasado. Un misterio sin resolver. A pesar de sus
poses y declaraciones fascistoides hoy Mishima sigue siendo un enigma, porque
habitó la paradoja antes de que estuviera bien visto y si no gusta
(temáticamente) por muchas razones a lectores de izquierdas tampoco a los de
derechas.
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