A golpes homófobos en el nuevo Cádiz gay friendly
Por José García
El
despertar del otoño en Cádiz nos ha hecho desayunar con una nueva agresión
homófoba de la que poco ha trascendido, salvo los datos aportados por el
atestado policial, en los medios de comunicación tradicionales. Casi todo lo
que sabemos del caso ha debido conocerse, como ocurre casi siempre, a través de
redes sociales y medios alternativos. Hay noticias sobre delitos de odio que no
trascienden las fronteras del simple comentario entre la gente de una
localidad. Y este caso es un ejemplo preclaro de esta situación.
Al
parecer, se trataba de dos chicos extranjeros que intentaron detener una
agresión machista (otra forma de odio con sólidos fundamentos ideológicos) en
los alrededores de la calle Ancha, en pleno casco histórico de la ciudad, y que
por así proceder acabaron vapuleados y escarnecidos al consabido grito de
“maricón, te voy a enseñar lo que es un macho”.
Nunca
he sido amigo de detenerme en la casuística de la homofobia, puesto que todos
los análisis que se acogen a este punto de partida (el que adopta
sistemáticamente el todopoderoso Diario
de Cádiz y otros voceros de lo castizo) pretenden presentar el episodio
como un problema particular y aislado, que en nada guarda relación con las
singularidades socioculturales del espacio geográfico donde acontecen. Un
problema que, en todo caso, es el
problema de las víctimas, nunca del agresor y mucho menos de las
instituciones, la sociedad o la oligarquía que a golpe de vara lleva gobernando
esta ciudad durante décadas. Sin que se pueda albergar la esperanza de que
ninguna renovación política en los órganos de gobierno del municipio tenga la
capacidad (ni los apoyos necesarios) para dar la vuelta a este estado de cosas.
Precisamente,
una persona muy cercana al nuevo equipo de gobierno municipal me comentaba hace
unos días el propósito del Consistorio de adherir a Cádiz a la ‘Red de
Ciudades Gay Friendly’. Me pregunté rápidamente en qué consistiría esta
iniciativa, en qué políticas se concretaría, si es que se concreta en alguna, o
si tal vez no se trate más que de una nueva patraña de los ideólogos de la
mercadotecnia rosa para que hombres gays de las clases medias profesionales
vengan a gastar sus cuartos a una ciudad devastada por el paro y el despilfarro
público. Luego, claro está, habría que advertirles de la posibilidad de que
alguno de los exaltados neomachistas que
pululan últimamente por sus calles les
atice una paliza de muerte en cualquier bocacalle de su dieciochesca trama
urbana.
Sin
embargo, nada de esto debería resultar paradójico. Al fin y al cabo, estamos en
la ciudad donde la misma semana que el obispo Zornoza negaba la participación
en el sacramento del bautismo a un transexual creyente de La Isla, esgrimiendo
toda una serie de juicios y valoraciones sobre el estilo de vida
homo-lesbo-trans, el ‘alcalde del cambio’ rendía cuentas ante el poder cofrade
acudiendo, en virtud de su cargo institucional, a recoger la medalla del
Nazareno. La misma ciudad donde Pemán, que tan buenas recompensas obtuvo de la
dictadura por su colaboración, descansa rodeado de honores en la cripta de la
catedral, mientras los restos de las víctimas del franquismo, entre los que muy
probablemente habría personas lgtbq, continúan arrumbados en alguna de las
numerosas fosas comunes que aún hoy, casi ochenta años después, permanecen
inviolables en el antiguo Cementerio de San José. Un terreno baldío y sin uso
en el centro de la ciudad nueva que muchos quisieran mantener como símbolo
insepulto de aquella Santa Cruzada. Quizás los mismos que educaron a los
cabestros que el otro día magullaron el ojo a aquellos guiris ilusos que
creyeron haber arribado a la beautiful
and gay friendly Cádiz.
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