martes, 26 de enero de 2016

EL PLANETA DE LAS MARICYBORGS

Las peor vestidas del caso Nóos

Por José García

 


Distraído como estaba con este juego de tronos en que se ha convertido la actualidad política de este país, se me había olvidado comentaros lo bien relacionado que ha estado uno siempre con la corona, razón por la que no hace más de dos semanas fui telefoneado por las más altas esferas de la Superpop, para que fuera a cubrir esa gran gala de celebrities achorizadas que es el caso Nóos.


A mí es que no me hace falta más que una llamada para que me abran las puertas y me lancen la alfombra roja en la Casa Real. Lo confieso: soy amigo íntimo de la Princesa Corina, a la que las pelotas de la competencia, las de la revista Hola, llaman Alteza Serenísima, pero yo, que tengo mucho más confianza y soy mucho más campeñana, llamo, sencillamente,  ‘Cori’. Así que, dicho y hecho.  Ya se sabe. En nuestra España inmortal, tanto monta, monta tanto, Corina como Juan Carlos.

Lo cierto es que obtuve credencial rapidísimamente.  Y allí me planté. En la zona VIP del juzgado de Palma para ver en primera fila el paseíllo de la Infanta Imputada y el Duque Empalmado, que fue de lo más decepcionante. El estilismo de Doña Imputada estaba totalmente fuera de lugar. Yo hubiera elegido un abrigo de paño de mercadillo en color caca, que es el que han llevado las pobres de solemnidad de toda la vida, y era lo más apropiado para no dar lugar a comentarios malintencionados, tal y como están las cosas. Empalmado, sin embargo, iba un poco más a tono, con un look a lo proletario famélico del siglo XIX con el traje de los domingos, que no daba tanto el cante y hacía mucho más juego con el carácter plebeyo de Diego Torres y su esposa.

A partir de ahí, chiquilla, qué trajín. Jaume Matas, tan antiguo como siempre, que ni sabe combinar corbata ni malversar caudales públicos por el Twyp, que es lo más cómodo y seguro. Si lo sabe hasta la madre del Luisma: Twyp, Twyp, te soborno por el móvil.  Y la novia secreta de Rita Barberá, qué decir de la novia secreta de Rita Barberá. El abanico que traía para aliviar el caloret de la lideresa valenciana resultaba del todo ostentoso, lleno de plumas azules, que ya no se sabía dónde empezaba el abanico y dónde terminaba Rita Barberá. Y de incógnito, para que en Zarzuela no se enteraran de que había vuelto a hacer pellas, Froilán, el sobrino de Doña Imputada.

El cuadro no podía pintar peor. Qué nerviosismo. Y lo más tremendo fue cuando la jueza Rocío Nobelda (más trajeada que la jueza Alaya, a la que llaman la Preysler de Mercasevilla) las puso a todas firmes y levantó la sesión. La que se lió. Cori, mi Cori, con los ojos encharcados en lágrimas. Juanca, para variar, rodando por los suelos. Sofía, con esa cara de siempre de estar oliendo moñigas de vaca. Letizia, tan enojada y soberbia que ya ni saluda a sus compañeras de facultad. Hasta la Marichalá suspendió el cese temporal de la convivencia y se puso a repartir infusiones de valeriana en el día más aciago de los borbones.

Esto tiene muy mal color, os lo digo. ¿Si llega la república? ¿A qué galas acudiremos las cronistas de la moda? ¿Será una república a lo Carla Bruni? ¿O tendremos que conformarnos con comentar chándales tendencia Hugo Chávez? Qué incertidumbre, qué incertidumbre. Donde se ponga una verdadera reina….Ni punto de comparación.
 

miércoles, 20 de enero de 2016

MANO IZQUIERDA

La Justicia da la espalda a un maestro de Sanlúcar que denunció a un colegio de monjas por discriminación sexual

 Por José García

 

La ciudad ha amanecido con la noticia de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía que exculpa definitivamente al colegio de monjas 'Divina Pastora' de Sanlúcar de Barrameda por el despido del maestro de Primaria Vicente Ramírez, que había denunciado al centro religioso por discriminación sexual, alegando que el motivo de tal despido se hallaba vinculado a su condición gay. El tribunal corrobora así la versión del colegio, que alegó que en realidad había sido despedido porque no había superado el nuevo proceso de selección.


Realmente, desconozco los detalles que han rodeado este caso más allá de lo que ha ido goteando en la prensa local y provincial desde hace dos años, cuando se formuló la denuncia. Sin embargo, el asunto, y su tratamiento en los medios de comunicación ultracentristas, eleva, cuando menos, unas cuantas reflexiones acerca de la homofobia institucionalizada y las sutiles formas de discriminación laboral que seguimos padeciendo profesionales lgtbq de todo pelo, pero sobre todo, en ámbitos tan 'sensibles' para los adalides del fundamentalismo católico como la educación.

En primer lugar, quisiera poner el foco en el tratamiento del caso por parte de los medios neoconservadores de la pronvincia (que son la mayoría), particularmente del más emblemático de todos ellos, Diario de Cádiz, que daba a conocer la sentencia esta mañana con el rimbombante titular de El TSJA exculpa de homofobia a un colegio de monjas de Sanlúcar. Que un periódico se limite a informar del contenido de una sentencia de interés público no resulta, en absoluto, reprochable. Es más, deberíamos entender que es una obligación. Sin embargo, el referido periódico no solo informa de la decisión judicial sino que interpreta el asunto de la manera más tendenciosa posible afirmando cosas como que "acusar a un colegio de monjas de expulsar a un profesor por ser homosexual era un argumento muy atractivo para muchos (colectivos sociales, partidos y algunos medios de comunicación), que se lanzaron a degüello contra este centro sanluqueño". Es decir, otra vez las inocentes congregaciones católicas víctimas del 'odio religioso', vituperadas por grupos insignificantes, desde el punto de vista social, de maricas histéricas, respaldadas por partidos de izquierda.

Todo muy sintomático. Medios que han mantenido un elocuente silencio sobre el 'Plan Municipal contra la Homofobia y la Transfobia' que con enorme fatiga tratan de sacar adelante el Ayuntamiento de Cádiz y los colectivos lgtbq, o sobre las protestas organizadas contra el asesinato social del joven Alan, se recolocan de repente en el debate con un ampuloso titular en el que se "exculpa de homofobia" a una entidad religiosa. Y es que ahí encontramos ls activistas lgtbq el principal obstáculo en esta batalla: el problema primero no es articular estrategias para erradicar los comportamientos homofóbicos en el municipio, sino que se reconozca socialmente que existe la homofobia. Una circunstancia a la que se muestran más que refractarias las derechas política, mediática y religiosa de la capital, empeñadas en mostrar que aquí vivimos en la ciudad del 'buen rollito' y los gays son unas personas que, lejos de padecer situaciones de exclusión y discriminación laboral, tienen un gran poder adquisitivo y podrían ser una fuente interesante de ingresos para el turismo de la ciudad. Vamos, que más que discriminado somos un grupo hasta cierto punto privilegiado.

Una segunda cuestión puesta de relieve por el caso de Vicente Ramírez son las subrepticias formas que adopta la homofobia en el entramado de las relaciones laborales, máxime cuando estas se dan en el ámbito de la educación. Vuelvo a reiterar que desconozco de primera mano los detalles que rodearon el despido del maestro sanluqueño. Pero tods nosotrs conocemos profesors que se han presentado a procesos selectivos en centros educativos religiosos en los que han sido preguntads si estaban casads, si tenían hiijs, si iban a misa o si llevaban una vida acorde con el credo cristiano. Profesors que han debido abandonar la profesión asediads por el acoso laboral. Profesors que han sido despedids cuando se ha conocido su condición sexual. Sin embargo, en ninguno de estos casos el motivo (o uno de los motivos) del despido o la no contratación ha sido explicitado. Casi siempre hay otro argumento más sólido desde el punto de vista legal. En todo caso, la consecuencia es la misma.

Hay quien podría aducir que la empresa privada tiene todo el derecho a elegir el perfil de trabajadors que considere más oportuno para su centro. Pero es que mucha de estas sutiles (y casi siempre indemostrables) discriminaciones se producen en el seno de la eduación concertada, a la que los poderes neoconservadores tratan de proteger a toda costa en detrimento de la escuela pública. Sin embargo, casos como los de este u otrs profesors, o el del joven Alan, o de la adolescente lesbiana que también se suicidió el pasado otoño acosada por sus compañers, vuelven a corroborar que una escuela pública de calidad es la única posibilidad de una vida escolar sin sobresaltos para el alumnado lgtbq y de un ejercicio profesional con diginidad para ls docentes lgtbq.

Un último aspecto relacionado con el caso de Domínguez, además de maestro concejal socialista en el Ayuntamiento de Sanlúcar, es la posición de la Consejería de Educación y el PSOE, que ha salido en férrea defensa del profesor, según el mismo periódico local, "posiblemente porque el denunciante era un concejal socialista". Ciertamente, es lamentable que la reacción del Partido Socialista no haya sido tan contundente en el reciente caso de la docente de Arte del IES Josep María Llompart, en Palma de Mallorca, acosada por grupos ultracatólicos como HazteOír por calificar con buena nota el videoclip de un alumno gay que realizó una provocadora performance para criticar la posición de la Iglesia Católica sobre los derechos lgtbq, por lo cual se enfrenta a la amenaza de una dura sanción, y donde el consejero de Educación, el socialista Martí March, ha pedido incluso perdón al obispo balear, dándole garantías de que nada así volverá a suceder. Qué tierno.

Nos queda todavía un largo camino, a pesar de presumir de pais gayfriendly. Y el primer escalón de ese camino es reconocer que la homofobia existe, que no es, como se dijo hace décadas del machismo, una invención de 'la ideología de género', sino una realidad cruda y dolorosa a la que nos enfrentamos numerosas personas en Cádiz, Andalucía y el resto del país. 


 

lunes, 18 de enero de 2016

CARTELERA 2006

       La chica danesa 

Por Eduardo Nabal


La animadversión de buena parte de la crítica al uso hacia un filme tan conseguido como La chica danesa subraya que, aún hoy, nos está contando algo novedoso importante o reivindicativo. Incluso los críticos jóvenes le han dado la espalda a pesar de los premios. Basada en la historia de Lili Elber y en la novela que escribió David Ebershoff (editada hace años por Anagrama y hoy descatalogada o a punto de reeditarse) sobre la historia verídica de la primera transexual conocida de la historia europea, La chica danesa es una valiente y exquisita producción dirigida por el realizador británico Tom Hooper ( autor de la más convencional El discurso del Rey).

Con una cuidada ambientación de época, Hooper nos introduce en un tormentoso matrimonio de pintores de clase media alta de Copenhague que se romperá en parte cuando el joven Einar descubra definitivamente que se siente mujer y empiece a vestirse como tal provocando tormentas dentro y fuera de sí mismo, cuando empiece a dejarse ver en público con su nuevo atuendo y en plena trans-formación. Siempre atenta a los detalles, elegante y pictórica desde el comienzo, destaca la inusitada versatilidad del siempre impresionante Eddie Redmayne (Savage grace), nominado al Oscar al mejor actor de este año, al que acompaña una esforzada y voluntariosa Alicia Wikander, como su valiente esposa, y un punto de reivindicación mezclado la sensibilidad y la atención a los pequeños giros, que sin excluir el humor y la ironía, hacen de este drama de costumbres y equívocos una pieza de cámara de primer orden.

Estamos, pues, ante la mejor película hasta la fecha del director que, sin grandes discursos, nos trasmite la angustia, la tensión y también los momentos de placer, sensualidad y descubrimiento de unos personajes en un telón de fondo elegante y un mundo refinado pero no exento de trampas para los que luchan por vivir abiertamente la diferencia en una sociedad de moldes rígidos o invisibles. Un microcosmos donde la bohemia no implica una verdadera apertura en las mentalidades de gentes que pueblan los salones de pintura y las galerías de arte. Ni tampoco en las instituciones médicas de la época todavía reticentes al cambio, condenando a la gente trans al manicomio o a las primeras operaciones poco o nada seguras. 

A pesar de sus dos horas de duración, disfrutamos de un film visualmente las galerías de arte. Ni tampoco en las instituciones médicas de la época brillante, psicológicamente complejo, históricamente decisivo, atmosféricamente subyugante y narrativamente sólido.
 
 

martes, 5 de enero de 2016

ESTRENOS DE CINE 2015

Carol: el precio de la libertad

 

Por Eduardo Nabal

 
Carol de Todd Haynes insufla vida a una novela injustamente olvidada, una de las primeras de Patricia Highsmith -escrita mientras trabajaba unas navidades como dependienta en una tienda de juguetes- después de vender solo unos cuantos relatos recién reeditados en castellano. Justo antes del éxito de Extraños en un tren- acompañada de la versión cinematográfica de Hitchcock-, la autora de novelas policiacas más famosa de su tiempo escribió esta historia queda de amor entre dos mujeres en plena era McCarthy, firmada con seudónimo y titulada en inglés The Price of the Salt.
El incisivo melodrama de Haynes sigue la línea iniciada por Lejos del cielo aunque en este caso no recurre al pastiche sirkiano sino a la adaptación de una novela de la época, una novela a la vez discreta y atípica (como ya hizo en la serie de televisión Mildred Pierce sobre el folletín policiaco James M.Cain) que refleja esas corrientes de represión y subversión subterráneas que cristalizarían en las luchas de la década siguiente, donde lo privado pasa a lo público.
La película de Haynes (como Fran for heaven) es un elegante y visualmente arrebatador melodrama de época, ambientado y hasta sobre o demasiado ambientado en su meticulosa mezcla de glamour y apuntes realistas (con su toque de denuncia social) con guiños al cine del periodo (Wilder), pero también otra nada velada requisitoria contra la intolerancia, el sexismo y la hipocresía de un periodo de la historia de EEUU que Haynes parece haber escogido como el ideal para reflejar, siempre de refilón, las miserias del momento presente en temas privados y públicos ejemplificados aquí tanto en el largo divorcio de Carol de su esposo y su lucha por la custodia de su hija como por el novio de Therese que empieza a sospechar de la relación entre ambas. Como en Lejos del cielo son los pequeños detalles audiovisuales los que pueden volverse más reveladores, no en vano Haynes elige que la protagonista más joven aspire a ser fotógrafa, estilizando aún más la parte estetizante del filme, acompañado de una también elegante banda sonora de Carter Burdwell, el compositor más cotizado del cine independiente estadounidense de nuestro tiempo.
Carol se erige por derecho propio en una obra dura y sombría, rodada, eso sí, con amor y primor y hasta con un punto de cursilería, con composiciones y reencuadres, saltos en el eje de los planos, que pueden, en algún momento, ahogar el relato y los personajes que, no obstante, en parte gracias al esfuerzo tanto de Cate Blanchet como de Rooney Mara (espléndidas ambas). Un esfuerzo encomiable por dar fuerza a dos personajes separados por elementos reales y simbólicos, dos mujeres que pertenecen a dos mundos y capas sociales diferentes pero a una misma especie proscrita en los EEUU durante los cincuenta: las mujeres que aman a otras mujeres. La intolerancia se respira en la nieve, los largos o significativos silencios, los pequeños detalles de una clandestinidad hecha de retazos.  Esos guantes que olvida Carol en el mostrador de la juguetería nos recuerdan al chal morado que pierde Julianne Moore en Lejos del cielo y que recupera el jardinero negro. Esa pistola que nos recuerda quien ha escrito la historia original. Ese romanticismo melancólico iluminado de forma lánguida con ecos de Hooper y el technicolor de los cincuenta. La aproximación entre las dos mujeres, nuevamente, vuelve a ser titubeante pero Haynes nos obsequia con dos intensas escenas de sexo en un hotel que recuerdan vagamente al mundo más alegre y menos claustrofóbico de Desert Hearts pero lo que allí era desinhibición aquí con miradas, pequeñas caricias, gestos, regalos, desagradables sorpresas…al fin y al cabo, parece disculparse Haynes, estamos en los cincuenta de Patricia Highsmith y en un Nueva York trajeado, helado por la nieve, y el advenimiento de la guerra fría.
Las dos mujeres se reencuentran en la mesa de una elegante cafetería donde siempre son observadas por una mirada masculina, que parece acecharlas en su búsqueda de la libertad, sea desde una falsa camaradería hasta el panóptico familiar-psiquiátrico o el chantaje que ya aparecían en Far from heaven y que pesan de un modo incierto sobre las decisiones de ambas a la hora de retrotraerse o lanzarse a una aventura en común. Pero algo parece claro para ambas mujeres, sean valientes o no, no son ellas quienes han escogido un camino de susurros y clandestinidad, parecen mas conscientes que otras del universo de Haynes de vivir en un mundo que no se ha hecho a su medida, en un lugar donde ya no quieren ser solo muñecas en un escaparate, fugándose hacia la creación fotográfica o hacia la libertad, por precaria que pueda parecernos esta y teniendo en cuenta que pertenecen a ambientes socio-económicos bien distintos, definidos tal y como se definían en el cine de la época con parientes chismosos y caseras gruñonas al pie de la escalera.