lunes, 18 de enero de 2016

CARTELERA 2006

       La chica danesa 

Por Eduardo Nabal


La animadversión de buena parte de la crítica al uso hacia un filme tan conseguido como La chica danesa subraya que, aún hoy, nos está contando algo novedoso importante o reivindicativo. Incluso los críticos jóvenes le han dado la espalda a pesar de los premios. Basada en la historia de Lili Elber y en la novela que escribió David Ebershoff (editada hace años por Anagrama y hoy descatalogada o a punto de reeditarse) sobre la historia verídica de la primera transexual conocida de la historia europea, La chica danesa es una valiente y exquisita producción dirigida por el realizador británico Tom Hooper ( autor de la más convencional El discurso del Rey).

Con una cuidada ambientación de época, Hooper nos introduce en un tormentoso matrimonio de pintores de clase media alta de Copenhague que se romperá en parte cuando el joven Einar descubra definitivamente que se siente mujer y empiece a vestirse como tal provocando tormentas dentro y fuera de sí mismo, cuando empiece a dejarse ver en público con su nuevo atuendo y en plena trans-formación. Siempre atenta a los detalles, elegante y pictórica desde el comienzo, destaca la inusitada versatilidad del siempre impresionante Eddie Redmayne (Savage grace), nominado al Oscar al mejor actor de este año, al que acompaña una esforzada y voluntariosa Alicia Wikander, como su valiente esposa, y un punto de reivindicación mezclado la sensibilidad y la atención a los pequeños giros, que sin excluir el humor y la ironía, hacen de este drama de costumbres y equívocos una pieza de cámara de primer orden.

Estamos, pues, ante la mejor película hasta la fecha del director que, sin grandes discursos, nos trasmite la angustia, la tensión y también los momentos de placer, sensualidad y descubrimiento de unos personajes en un telón de fondo elegante y un mundo refinado pero no exento de trampas para los que luchan por vivir abiertamente la diferencia en una sociedad de moldes rígidos o invisibles. Un microcosmos donde la bohemia no implica una verdadera apertura en las mentalidades de gentes que pueblan los salones de pintura y las galerías de arte. Ni tampoco en las instituciones médicas de la época todavía reticentes al cambio, condenando a la gente trans al manicomio o a las primeras operaciones poco o nada seguras. 

A pesar de sus dos horas de duración, disfrutamos de un film visualmente las galerías de arte. Ni tampoco en las instituciones médicas de la época brillante, psicológicamente complejo, históricamente decisivo, atmosféricamente subyugante y narrativamente sólido.
 
 

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