viernes, 26 de agosto de 2016

46 AÑOS DEL NACIMIENTO DE UN MITO

River Phoenix y las supervivientes

 Por Eduardo Nabal

 





Gus Van Sant siempre ha hecho la película que ha querido, con lo cual nos ha dado placeres y disgustos, casi a partes iguales. Pero convirtió a ese ídolo de muchachas, ecologista y levemente anti-sistema en un icono para la comunidad LGTB e incluso visibilizó a los excluidos de la ‘otra América’, personificados por el personaje de Mike, el chapero sin techo, que no para de buscar un hogar, que declara su amor imposible a una persona de su mismo sexo.
            En un ejercicio de barroquismo, Van Sant mezcla a Shakesperare, Enrique IV, la road movie,  la narcolepsia y un mensaje desesperanzado y deprimente que, no obstante, no dejaba de hacer de su tercer largo un filme valiente y rompedor. Los noventa y el new queer cinema, a la que My own private Idaho pertenecía a su manera, parecían el fin del puritanismo de la era Reagan cuando, a pesar del VIH, las voces contestarías recorrían el mundo entero, se alzaban contra las políticas de los gobiernos conservadores y, en cierto sentido, y a pesar de que los retrocesos y recortes asfixiantes no han dejado de prosperar, se diversificaban las corrientes y los referentes más variopintos.
            Pero Van Sant, como Derek Jarman, como más tarde Haynes, Araki, Ozon, Kimerbely Pierce, Despentes, etc, e incluso, por estos lares, algunos filmes de Almodóvar, Villaronga o Balletbó-Coll, escupió en lo políticamente correcto, con lo que se cerraba una década de puritanismo. Los nuevos héroes ya no eran los surfistas o los pilotos, los superpolicias o los rambos, volvían, con menos esperanza, los antihéroes, con algo de beatniks, algo de queers, algo de nueva ambigüedad, ecos de la respuesta al establishement y la muestra de que la revolución LGTB y los gritos innovadores del postfeminismo, además de los activistas radicales contra el sida y la homofobia religiosa, se imponían de nuevo después de décadas de silencio y corrección, de integracionismo colaboracionista e izquierdas machirulas.
            Las maricas, las bolleras y las trans ya no siempre tenían miedo y empezaban a habitar espacios impensables que hoy día ya forman parte de la memoria colectiva y que no han desaparecido, sino que se han transformado. Aunque el miedo y la desestructuración social pueblen y estrechen el mundo de hoy y los corruptos están en el poder amenazando muchas de las libertades conquistadas, libertades que  pueden ser arrebatadas pero no sin que suene un grito estruendoso por encima de cualquier mordaza, real o simbólica, policial o universitaria.
            Aunque aumente la violencia homófoba, se cierren cuentas de facebook e intenten imponer sutiles formas de censura, hay una nueva generación que sabe que los que tienen más miedo ya no son ellos o no tienen por qué serlo. Muchas cadenas se han roto, a pesar del capitalismo salvaje y sus estragos. A pesar de las leyes burguesas. Pero volviendo a River, como Heath Ledger el de Brokeback Mountain, uno se pregunta dónde empieza el accidente y el camino medio entre el suicidio y la autodestrucción. “¡Ten cuidado Heath!”,  le dijeron algunos amigos al verle metido en el papel de Ennis del Mar. River Phoenix no volvió a ser el mismo después de pasar por las carreteras desoladoras de Idaho hasta Roma, en su camino de sueños en el que se llevó la Copa Volpi, pero alcanzó a un nuevo tipo de público y fue alcanzado por unas cámaras desconcertadas por lo que veían. Desafiante e inseguro en las entrevistas, escondiendo resacas tras gafas oscuras, el hermano de Joaquín Phoenix se convirtió en leyenda pero nos perdimos, con su muerte súbita, a uno de los mejores y menos convencionales actores de su generación.
            Hoy parece que la historia no puede ser contada de otra manera y una profunda tristeza acompaña al regocijo de saber que nos dejó a uno de los personajes más intensos e inmensos de los noventa. Una estela imborrable. Es posible que cuando la leyenda supera a la verdad, se escriba la leyenda, pero River se perdió en su personaje y no volvió. En este cálido agosto podemos pensar que la historia avanza para atrás y para adelante, como los peces del río que tan bien filmó Van Sant en sus piruetas visuales y en aquella década extraña y cambiante todos y todas nos llevamos, como una herida de juventud,  nuestro River particular en nuestro camino de sueños y pesadillas.

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