Los poderes fácticos
y sus servidores culturales van a conseguir que el ya de por sí envidioso
pueblo español acabe odiando a su querido poeta Federico García Lorca. El
poeta, para mi dramaturgo de primera pero poeta, al principio, algo pastoril y
hasta pueril, ha tenido la suerte de ser el primero y el último de los autores
que se enseñan en los colegios e institutos del que se dice que no le gustaban
ni Nueva York ni las mujeres.
Sus verdaderas fuentes de
inspiración se omiten, como él tuvo que omitirlas en la España no tan liberal
de la Segunda República. La izquierda tradicionalista se ha apropiado de su
figura mezclándola con la de Miguel Hernández u otros que murieron por la
República o fusilados por las tropas franquistas. Otros se quedaron amordazados, como el
sevillano Luis Cernuda, o se fueron a Francia o México. Pero no sabemos cómo
sería visto hoy un poeta amante de los jóvenes gitanos con algo de señorito
andaluz, aunque enseguida quisiera llevar el teatro a las clases populares y lo
lograra a través de ‘La Barraca’. La
gente es muy amable con los muertos. Hasta se conceden becas universitarias
para estudiar hasta el último detalle de su vida y milagros. Pero en realidad
ni unos ni otros le tenían tanto aprecio como dicen. Buñuel lo consideraba,
como parte de la opinión pública del momento,
‘una perra andaluza’ y Dalí, después de un amor tormentoso en la
Residencia de Estudiantes, se aproximó a los franquistas para vivir más y mejor
en su nicho de la Cataluña derechista y de alto copete.
Es curioso porque cambiando el
título del breve corto experimental de los mencionados artistas (para los
paladines del surrealismo es sabido que “mariconadas las justas”) se pone de
relieve el sexismo de nuestra lengua y el rey no se convierte en reina sino en
“perra”. Ian Gibson y algunos autores
más han tenido la osadía de enfrentarse a la Fundación García Lorca, que blindó
cualquier especulación sobre la sexualidad de su vástago. Pero la historiografía lo delataba sin duda
alguna. Es como decir que “no odiaba a la guardia civil”, o que no le dio una
depresión al ver “los rascacielos de Nueva York” y los hambrientos suburbios de
Harlem. Un shock cultural. Es curiosa la distinción plumofóbica y ultramontana
que Lorca hace entre los maricas viriles y los maricas superfluos, una
distinción que no ha acabado pero se ha transformado, y hoy seguramente alguien
como él sería rápidamente incluido en la segunda categoría.
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