En
términos biológicos afirmar que el encuentro
sexual de un hombre y una mujer es necesario para desarrollar un proceso
de reproducción es tan poco científico como lo fueron en otros tiempos las
afirmaciones según las cuales la reproducción no podía tener lugar entre dos
sujetos pertenecientes a una misma religión, el mismo color de piel o idéntica
clase social. Si nosotros somos capaces de identificar estas afirmaciones como
prescripciones sociopolíticas ligadas a ideas religiosas, raciales o de clase,
deberíamos también ser capaces de identificar hoy la ideología heterosexista
como impulsora de los argumentos que sostienen que la unión sexopolítica entre
un hombre y una mujer son las condiciones
necesarias para la reproducción.
Detrás
de la defensa de la heterosexualidad como única forma de reproducción natural
se esconde la tendenciosa confusión entre práctica y reproducción sexual.
También ideas sobre el amor romántico y el destino biológico, que primero se
han convertido en dogmas y luego en instituciones. La bióloga Lynn Margulis nos avisa de que la
reproducción social humana es mayótica: la mayor parte de nuestros cuerpos son
diploides, es decir series de 23 cromosomas. Al contrario, los espermatozoides
y los óvulos son celulas halópidas. Solo tienen tres cromosomas en juego. La
reproducción sexual no exige la unión erótica o política entre un hombre y una
mujer: ni hetero ni homo, es un proceso de recombinación del material genético
de dos celulas haploides.
Pero las
células haploides no se encuentran nunca por casualidad. Todos los animales
humanos proceden de manera políticamente asistida. La reproducción supone
siempre la colectivización o puesta en común del material genético de un cuerpo
a través de una practica social más o menos regulada, sea mediante una técnica
heterosexual (la eyaculación del pene en el interior de la vagina), sea por un
intercambio amistoso de fluidos, o sea por una jeringa en una clínica o por una
placa en un laboratorio.
Históricamente,
diferentes formas de poder han buscado controlar los procesos reproductivos.
Hasta el siglo XX, cuando aún no se podía intervenir a nivel molecular, la
dominación más fuerte se ejercía sobre el cuerpo femenino, útero en potencia y
elemento gesante. Uteros como maquinas receptoras.
No
importa lo que produce un útero, siempre es considerado como propiedad del
‘pater familias’. Formando parte de un proyecto biopolítico en el seno del cual
la población era objeto de cálculos economicistas y el agenciamiento
heterosexual se convirtió en un dispositivo de reproducción “nacional”.
Todos
los cuerpos cuya unión no daba lugar a la reproducción fueron excluidos del
‘contrato heterosexual’ soporte de las modernas democracias. Es el carácter asimétrico y normativo lo que
llevará a Monique Wittig a decir, en los años setenta, que la heterosexualidad
no es solo una práctica, sino también “un régimen político”.
Para los
gays, las lesbianas, para algunos transexuales, para algunos heterosexuales,
para los asexuados o las personas con alguna diversidad funcional, no es
posible tener un encuentro pene-vagina con eyaculación. Pero esto no quiere
decir que no seamos fértiles o que no tengamos el derecho de transmitir nuestra
información genética. Gays, lesbianas y transexuales no somos únicamente
‘minorías sexuales’ (yo utilizo aqui el término minoria en el sentido
deleuziano, no en términos estadísticos, sino como en términos de un sector
social políticamente oprimido de forma real o simbólica), somos también
‘minorías reproductivas’.
Hasta
ahora, hemos pagado nuestra ‘disidencia sexual’ con el precio del silencio
genético en torno a nuestros cromosomas. No solo se nos ha privado de la
posibilidad de la transmisión de un patrimonio económico, también nos han
confiscado el ‘patrimonio genético’. Gays, lesbianas, transexuales y los
cuerpos considerados ‘discapacitados’
hemos sido políticamente esterilizados, o bien hemos sido forzados/as a
reproducirnos mediante técnicas heterosexistas bajo supervisión médica. La
actual batalla por la extensión de la reproducción asistida a los cuerpos ‘no
heterosexuales’ es una guerra política y económica por la total
despatologización de nuestras formas de vida y por el control de nuestros
materiales reproductivos, sin cortapisas ni intermediarios.
El
rechazo de algunos gobiernos a la reproducción asistida para personas LGTB,
para las parejas ‘no heterosexuales’, viene a sostener las formas hegemónicas y
clásicas de rerproducción y algunos gobiernos europeos perpetúan una política
de ‘Heterosexismo de Estado’. Una forma de totalitarismo invisiblizada por la
norma social. Es el caso de España, con
la reciente desatención a las madres lesbianas o solteras por parte de un
sector de la Sanidad en manos de la derecha que planea como un fantasma sobre
la Europa de hoy en día.
*Este artículo fue originariamente publicado en el periódico francés Liberation el 27 de septiembre de 2013. Traducción autorizada de Eduardo Nabal
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