Lawrence Schimel: "Nuestras vidas y experiencias son igual de válidas que las heterosexuales para imaginar y leer sobre ellas"
Por Eduardo Nabal
El escritor neoyorkino afincado en Madrid desde 1999 es uno de los autores de los relatos recopilados en Lo que no se dice (Editorial Dos Bigotes, 2014), que acaba de llegar a las librerías para romper topicazos todavía extendidos y contar historias. Schimel inició su andadura literaria en los EEUU en el ámbito de la literatura fantástica, la narrativa breve, las recopilaciones de literatura lgtb y las traducciones
EDUARDO NABAL.- Algunos de tus primeros
relatos fueron publicados en castellano bajo el nombre de Mi novio es un duende o Bien
dotado en la editorial Laertes. Recuerdo cuentos muy cercanos a la magia y
el embrujo. ¿Esto te ha facilitado el camino hacia la literatura gay
destinada a un público más joven? ¿Sigue habiendo terrenos resbaladizos?
LAWRENCE SCHIMEL.- Creo que la literatura que escribo para lectores jóvenes, que es
principalmente álbum ilustrado, es en general más realista que esos primeros
relatos míos de Mi novio es un duende.
Siempre he tenido un interés por los cuentos de hadas, que creo que son
arquetipos muy poderosos en nuestro imaginario colectivo, y a menudo he
intentado hacer versiones nuevas, con un toque gay o feminista, para actualizar
o adaptar esos arquetipos a la vida de hoy en día. Como lector de fantasía y
ciencia ficción moderna, una cosa que eché de menos era más relatos con
personajes queer o incorrectos y comencé a escribirlos -a veces para
publicaciones queer y a veces para editores de ciencia ficción. Como uno de los
pocos escritores del género fuera del armario, me encargaron escribir algo
queer para una antología temática de fantasía o ficción científica. El cuento mío que aparece
en Lo que no se dice sí se centra en
un adolescente gay, pero es una historia más bien realista en vez de
fantástica.
E.N.- Escribes en tu lengua nativa y en la que no lo
es, también traduces. Hasta hace poco la literatura digamos (por decir
algo) LGTB en el Estado Español se dividía en gran literatura (Proust, Gide,
Tusquets, Oates, Lorde, Woolf, Capote) y la llamada literatura de
consumo. ¿Hemos o habéis conseguido llenar este territorio digamos “intermedio”
entre vacas sagradas y la llamada “literatura de verano”?
L.S.- Yo creo que hoy en día nuestra
sociedad, en cierta medida, se divide entre los no-lectores, que son la
gran mayoría, y los lectores, y creo que los pocos que somos lectores deben de
dejar de tirar piedras a nuestros propios tejados e intentar prevenir que todo
el ecosistema del libro se deshace... Dicho eso, creo que es
importante que exista una literatura que refleje las distintas vidas LGBT
en todos los tipos de literatura que existe: novela rosa queer, ciencia ficción
queer, poesía queer, pornografía queer, memorias queer, biografías queer.
Nuestras vidas y experiencias son igual de válidas que las vidas de los
heterosexuales para imaginar y leer sobre ellas. No debemos poner fronteras. Y
es muy importante que nosotros que no somos heterosexuales también nos veamos
reflejados en la cultura, sea la Literatura con mayúscula, sea literatura
de género o lo que sea.
E.N,- Como te planteas un relato destinado al público
juvenil o una compilación. Lo digo porque muchas veces es ese público (tan poco
reconocido) el que busca precisamente las cosas más heavys. ¿Cómo lo ves?
L.S.- Creo que es siempre
importante respetar al lector y sus gustos, por joven que sea. Creo que es uno
de los errores más comunes entre mucha gente que se pone a escribir para niños,
y en vez de intentar recordar cómo era ver el mundo desde el punto de vista de
un niño, cuando hay magia por todas partes, también secretos y muchos
descubrimientos de todo tipo, lo hacen de manera pedagógica, aburrida,
intentando forzar que aprenden algo, etc. Yo escribo muchos cuentos con un
trasfondo de inclusión social de algún modo u otro, pero es importante siempre
hacerlo a través de una historia divertida o amena. Si no, no vas a poder
transmitir nada porque el lector abandonará el cuento sin acabarlo. Es también importante
(especialmente con los álbumes ilustrados) no aburrir a los padres, porque
muchas veces el niño no sabe leer por sí mismo todavía, y si los padres se
aburren van a transmitir ese aburrimiento al niño en vez de la historia (y
cualquier mensaje social trasfondo que contiene) que deseas comunicarle.
E.N.- Está demostrado que te defiendes como un joven
maestro en el trayecto breve pero uno sigue esperando la gran novela de
Schimel. ¿Sucederá o, al menos de momento, no entra en tus planes?
L.S.- Es una pena que toda literatura se mide por la novela, y todo lo que
no sea novela se considera obra menor. Yo soy gran lector de novelas, un lector
voraz y omnívoro (en cuanto a géneros). Pero no pienso en novelas al momento de
plasmar mis ideas y experiencias en palabras. Incluso ahora mismo estoy metido
en un proyecto de microficciones, y también un nuevo poemario. Los formatos
breves son más acordes con lo que pretendo comunicar y con como me siento mejor
comunicándolo. Dicho todo esto, tengo el relato más largo en la antología Lo que no se dice, aunque es un relato y
no el comienzo de una novela ni una novela condensada o por entregas. Es más
bien como el duende en sí, que es un elemento importante de la historia: un
momento cuya fuerza reside en su naturaleza efímera.
"Cuando los editores de Dos Bigotes nos invitaron a distintos autores a escribir relatos ambientados en sectores tradicionalmente machistas de la cultura española, pensé en el flamenco y en cómo los roles están tan codificados en algunos lugares"
E. N.- Dos Bigotes ha sido un regalo del cielo para un
país donde la cultura entra cada vez menos en las agendas políticas. Un filón
de nuevas literaturas ¿Crees que la situación general va a afectar a la
literatura LGTB? Porque actualmente si no fuera por gente joven como tú o el
rescate de autores como Gomez Arcos o Audre Lorde, se diría que la producción
ensayística ha ganado la batalla en las librerías a la buena literatura.
L.S.- Me alegro mucho de la aparición de una editorial como Dos Bigotes, y
ojalá que fueron muchos más editores que tuvieran su coraje, su empeño y
compromiso. Me alegro ver cómo están consiguiendo crear una comunidad de lectores
alrededor de los libros de temática LGBT que publican, que no simplemente sacan
los títulos y los lazan al mercado. Hoy en día, el mercado del libro, y
los hábitos de la lectura, van cambiando a un ritmo muy acelerado; muchísimas
librerías (o más bien tiendas donde los libros se están comercializado) apenas
cuidan sus estanterías ni se ocupan de los lectores, simplemente sacan las
novedades de cada mes y ya está. Si algo no se vende bien, pocos se molestan en
pedirlo de nuevo -en gran parte porque no dan a basto con la avalancha de
títulos nuevos producidos. Solo unas pocas librerías pueden ofrecer al libro
esa atención y cuidado que merece. Pero la industria, a gran medida, está
movida a escalas masivas, donde los libros se venden no por géneros ni autores,
sino por PVP.
E. N.- Creo que una vez colaboraste con Sarah Schulman
en alguna antología. Os une no solo la edad o generación sino también el
judaísmo, al menos, culturalmente. Schulman se ha implicado de lleno en el tema
de Israel-Palestina. Pero sus novelas, que aquí se empezaron a conocer sobre
todo a partir de la traducción de People
in Trouble, casi no se traducen ¿Es dificil mantener un equilibrio entre
entretener y comprometerse, o dicho de otra forma, entre lo creativo y lo
político?
L.S.- Sarah Schulman aparece en una recopilación que hice en inglés, Thigs invisible to see: lesbian and gay
tales of Magic Realism, con un cuento satírico y muy divertido de una
lesbiana que se despierta un día con un pene, y todo lo que ocurre durante ese
día. Por otro lado, creo que creas una dicotomía falsa, de que lo comprometido
no puede ser divertido, y lo político no puede ser creativo o lúdico. Estoy
completamente en desacuerdo con esa premisa divisoria.
E.N.- Lawrence, sin desvelar secretos, cuéntanos algo
de Lo que no se dice y tu
participación personal en él.
L.S.- Cuando los editores de Dos
Bigotes nos invitaron a distintos autores a escribir relatos ambientados
en sectores tradicionalmente machistas de la cultura española, pensé en el
flamenco y en cómo los roles están tan codificados en algunos lugares. Cuando
estudiaba en la universidad, intercambié clases de inglés por clases de
flamenco con una española cuyo marido estaba estudiando con una beca Fulbright.
Después, pasé un verano alquilando una habitación de su cuñado en Granada y
aprendiendo a bailar flamenco. Yo, un poeta gay de Nueva York, hice una especie
de homenaje a Lorca, cuyo último gran libro de poesía es Poeta en Nueva York, y no solo aprendí
flamenco, en búsqueda del duende, sino que también hice un peregrinaje a
Fuentevaqueros, donde nació. Pues todo ese mundo del
flamenco es el trasfondo de una historia desde el punto de vista de un joven
gay en los pueblos blancos y calurosos de Andalucía. Pero en vez de simplemente
invertir los papeles tradicionales, intenté crear una historia nueva, una
historia que reflejaba la complejidad de la identidad (para todos) hoy en día.
No sé si lo he conseguido o no; los lectores de Lo que no se dice serán los que lo decidan.
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