jueves, 11 de agosto de 2016

PROPAGANDA RELIGIOSA

A los obispos, ¿oídos sordos?

 

Por José García

 




Hace tiempo que me vengo cuestionando si no resulta contraproducente que, cada vez que uno de los obispos más ultras de este país suelta una ‘homofada’, nos liemos a comentar sus indigestas declaraciones en las redes, a compartir las noticias en las que se da cuenta de sus fobias, a pedir a gritos que casi nadie oye que intervenga la Fiscalía contra los Delitos de Odio. Así es, en gran medida, como estos ilustres mitrados, junto a los grupos religiosos que los jalean, caso de HazteOír, consiguen eso, hacerse oír.

            Nuestra reacción se antoja incluso más naif cuando este ataque de furia la desencadena no un bien situado, desde el punto mediático y eclesiástico, prelado, sino el párroco insignificante de un pueblo perdido en el mapa, que en principio carece de los altavoces institucionales de los anteriores, pero a cuyos putrefactos principios doctrinarios ls comunicadors que operamos en las redes sociales les damos una difusión que ni regalada.

            Los ataques y las profecías apocalípticas sobre el final de la familia y el ser humano que nos viene anunciando toda esta clerigalla desde que el movimiento lgtbqi le arrancó del seno del poder político unos cuantos derechos con uñas y dientes,  suelen coincidir normalmente con la aprobación de una ley que reconozca derechos o plantee medidas contra la lgtbqifobia o, sobre todo, con la celebración del Orgullo a lo largo y ancho de nuestra geografía.

            Lo sé porque vivo en una ciudad donde, como en casi todas las ciudades andaluzas, el mundo cofrade cuenta con un fuerte arraigo y la jerarquía católica con una posición altamente privilegiada desde el punto de vista político, mediático, económico y educativo. No quiero ni pensar qué ocurriría si cada vez que se acerca la celebración de la Semana Santa los grupos laicistas, o peor, los maricones, nos liáramos a criticar sin pudor la manera en que salen vestidos a la calle, a anunciar el fin de la civilización y el regreso a la edad de las cavernas, a juzgar, en definitiva, el sentimiento colectivo que tratan de expresar. Nadie defendería nuestra libertad de expresión sino que casi todo el mundo aborrecería nuestros “insultos a la libertad religiosa”. Seríamos denostados por tods pero, sobre todo, seríamos silenciados por los voceros oficiales. Justo lo contrario de lo que hacemos nosotrs.

            Sin embargo, reconozco que el camino por donde llevo mis argumentos también podría tener mucho de naif. ¿Por qué hay que darle tanta importancia a lo que dice un obispo? ¿No se está reconociendo de esta manera su autoridad intelectual para establecer determinadas ‘verdades’? Relativamente. Lo que dicen es relevante cuando lo que tratan, desde su posición social privilegiada, es injerir en las decisiones del poder político y los órganos legislativos de la sociedad, cuando sus provocaciones se lanzan desde misas televisadas por el ente público, cuando sus proclamas se hacen desde estructuras financiadas con el dinero del Estado.

        En consecuencia, hoy soy crítico sobre lo acertado de nuestra manera de reaccionar en la mayoría de las veces. Pienso que no atinamos a la hora de enfocar nuestras críticas y establecer claramente nuestras demandas al respecto. Como dice uno de los grandes mentores de la Pragmática del Texto, el filósofo del lenguaje J.L. Austin, los actos de habla (en este caso, las declaraciones de los obispos), en tanto que actos realizativos o performativos, y no solo enunciativos, no tienen importancia únicamente por “lo que se dice”, sino también por “lo que se hace” al decir determinadas cosas. De esta mera dichos actos de habla tienen más o menos fuerza locutiva (en lo que dicen),  más o menos fuerza ilocutiva (en lo que hacen al decir) o más o menos fuerza perlocutiva (en los efectos que logran al decir)[1]. Las declaraciones de los jerarcas de la Iglesia tienen sobre todo relevancia en lo perlocutivo. Y esto es algo que deberíamos hacernos mirar.



[1] Austin, J. L. : Como hacer cosas con palabras, Ediciones Paidós, 1981.

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