A los obispos, ¿oídos sordos?
Por José García
Hace
tiempo que me vengo cuestionando si no resulta contraproducente que, cada vez
que uno de los obispos más ultras de este país suelta una ‘homofada’, nos
liemos a comentar sus indigestas declaraciones en las redes, a compartir las
noticias en las que se da cuenta de sus fobias, a pedir a gritos que casi nadie
oye que intervenga la Fiscalía contra los Delitos de Odio. Así es, en gran
medida, como estos ilustres mitrados, junto a los grupos religiosos que los
jalean, caso de HazteOír, consiguen
eso, hacerse oír.
Nuestra reacción se antoja incluso
más naif cuando este ataque de furia
la desencadena no un bien situado, desde el punto mediático y eclesiástico,
prelado, sino el párroco insignificante de un pueblo perdido en el mapa, que en
principio carece de los altavoces institucionales de los anteriores, pero a
cuyos putrefactos principios doctrinarios ls comunicadors que operamos en las
redes sociales les damos una difusión que ni regalada.
Los ataques y las profecías
apocalípticas sobre el final de la familia y el ser humano que nos viene
anunciando toda esta clerigalla desde que el movimiento lgtbqi le arrancó del
seno del poder político unos cuantos derechos con uñas y dientes, suelen coincidir normalmente con la
aprobación de una ley que reconozca derechos o plantee medidas contra la
lgtbqifobia o, sobre todo, con la celebración del Orgullo a lo largo y ancho de
nuestra geografía.
Lo sé porque vivo en una ciudad
donde, como en casi todas las ciudades andaluzas, el mundo cofrade cuenta con
un fuerte arraigo y la jerarquía católica con una posición altamente
privilegiada desde el punto de vista político, mediático, económico y
educativo. No quiero ni pensar qué ocurriría si cada vez que se acerca la
celebración de la Semana Santa los grupos laicistas, o peor, los maricones, nos
liáramos a criticar sin pudor la manera en que salen vestidos a la calle, a
anunciar el fin de la civilización y el regreso a la edad de las cavernas, a
juzgar, en definitiva, el sentimiento colectivo que tratan de expresar. Nadie
defendería nuestra libertad de expresión sino que casi todo el mundo
aborrecería nuestros “insultos a la libertad religiosa”. Seríamos denostados
por tods pero, sobre todo, seríamos silenciados por los voceros oficiales.
Justo lo contrario de lo que hacemos nosotrs.
Sin embargo, reconozco que el camino
por donde llevo mis argumentos también podría tener mucho de naif. ¿Por qué hay que darle tanta importancia
a lo que dice un obispo? ¿No se está reconociendo de esta manera su autoridad
intelectual para establecer determinadas ‘verdades’? Relativamente. Lo que
dicen es relevante cuando lo que tratan, desde su posición social privilegiada,
es injerir en las decisiones del poder político y los órganos legislativos de
la sociedad, cuando sus provocaciones se lanzan desde misas televisadas por el
ente público, cuando sus proclamas se hacen desde estructuras financiadas con
el dinero del Estado.
En
consecuencia, hoy soy crítico sobre lo acertado de nuestra manera de reaccionar
en la mayoría de las veces. Pienso que no atinamos a la hora de enfocar
nuestras críticas y establecer claramente nuestras demandas al respecto. Como
dice uno de los grandes mentores de la Pragmática del Texto, el filósofo del
lenguaje J.L. Austin, los actos de habla (en este caso, las declaraciones de
los obispos), en tanto que actos realizativos o performativos, y no solo
enunciativos, no tienen importancia únicamente por “lo que se dice”, sino
también por “lo que se hace” al decir determinadas cosas. De esta mera dichos
actos de habla tienen más o menos fuerza locutiva (en lo que dicen), más o menos fuerza ilocutiva (en lo que hacen
al decir) o más o menos fuerza perlocutiva (en los efectos que logran al decir)[1]. Las
declaraciones de los jerarcas de la Iglesia tienen sobre todo relevancia en lo
perlocutivo. Y esto es algo que deberíamos hacernos mirar.
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