Arreta: lesbianas frente al cáncer de mama
Por José García
Esta tarde tendrá lugar, en el marco
de la 48 edición del Festival de Cine Documental Alcances de Cádiz, el segundo
pase de la película Arreta,
nominalmente de las realizadoras María Zafra y Raquel Marques, pero en realidad
una producción colectiva de un grupo de amigas lesbianas que ha de enfrentarse
al cáncer de mama y rearticula desde esa posición una nueva concepción del
cuerpo, sano o enfermo, masculino o femenino, construido o naturalizado. Vivo
pero que convive con la muerte.
Rodada
en Barcelona y Guernica, se trata de una producción sencilla, que en algunos
detalles del montaje se acerca a los vídeos caseros y con una fotografía
modesta, un hilo narrativo prácticamente lineal que lo asemeja al biopic
-diferenciado secuencialmente por escenas de espacios vacíos (la casa, la sala
de radioterapia) a las que se superpone una reflexión en off- y sin más fondo musical que el vibrante zumbido de las puntas
de la máquina de tatuar o los sonidos ambientales de la Guernica que cierra la
película, pero que de esa manera confiere a la historia un tono de cotidianidad
que la aleja de cualquier visión tremendista o naif del cáncer de mama.
El
filme comienza con la exposición desnuda del cuerpo mastectomizado de la
protagonista en la sala de tatuaje de sus amigas y con el abordaje discursivo
de la paradoja que da pie al rodaje de la película: ¡Mira que si nos ponemos a
hacer una película y después llegó a la misma conclusión de Angelina Joly y me
pongo tetas postizas para parecer igual que antes de que me supiera afectada
por el cáncer!
No
es ese el desenlace de la trama, desde luego. Sin embargo, la pregunta desencadena
una indagación sobre la cosificación médica del cuerpo de las mujeres, el
derecho a sentir miedo ante la muerte, a la generización de la subjetividad, al
derecho a elegir todo lo que podamos sobre nuestros propios cuerpos, todo ello
enmarcado en un ambiente de sororidad feminista que recuerda en sus
implicaciones al continuum lesbiano
de Adrienne Rich.
A
la cinta no le faltan sus toques de humor. Como cuando la protagonista narra el
momento en que decide acudir a la asociación ‘Lazos rosas’ y les pregunta de
qué manera están trabajando el miedo ante la idea de la muerte, a lo que le
espetan que se olvide de eso, que allí se viene a hacer manualidades y a
criticar a los novios y a los maridos. Entonces se da cuenta que tiene que
seguir otro camino, luchar contra el doble estigma de ser una “marimacho” y una
“cancerosa”, doble forma de encarnación que la coloca en la posición sociodiscursiva
de “un cuerpo trans”.
Lo
trágico, como trágica es la muerte por el mismo mal de otra de las mujeres que
ruedan la película, está contado con tal ausencia de falsa afectación que casi
pasa desapercibido para el público. Y el desenlace de la película no puede ser
otro que la reconstitución de la subjetividad de la protagonista tras el largo
viaje emprendido, un hecho que se expresa en la mirada subjetiva de la cámara,
que sostenida esta vez por la propia afectada, solo refleja los colores y
sonidos del entorno natural de la Guernica a la que el grupo de amigas vuelve
tras su experiencia vital y cinematográfica.
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