sábado, 8 de octubre de 2016

HOMENAJE A LA CULTURA' DRAG' EN EL TEATRO FALLA


'Priscilla': Un montaje espectacular para un clásico del cine contemporáneo


Por José García


Bergson, en La risa: ensayo sobre la significación de lo cómico (2008) apunta que la comedia es el género teatral en el que se produce la mimesis más perfecta de la vida, pues implica un final feliz y una resolución de conflictos, plasma la imperfección del ser humano y de la realidad, y casi siempre hace referencia a sus posibilidades de superación y a sus debilidades. Así ha sido desde que Aristófanes le diera singularidad al género cuando inauguró la comedia ática y así puede deducirse de la comedia musical Priscilla, reina del desierto, un montaje que tras diez años dando vueltas por los escenarios más concurridos del mundo ha llegado este fin de semana al Teatro Falla de Cádiz.

Se trata de la adaptación para el teatro de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto, un clásico del cine de los noventa que ha cosechado casi idéntico éxito de público en su trasposición a ese espacio estático pero mucho más cercano al público que es la escena teatral. Sin duda, he aquí donde se puede encontrar el mayor mérito de la versión teatral de esta mítica película, en las sofisticadas técnicas escénicas que consiguen trasladar todo el dinamismo del guión cinematográfico (que relata el viaje a través del desierto australiano de un grupo de drag queens, con sus correspondientes paradas y episodios de regusto trágico-cómico) a las coordenadas espacio-temporales del teatro, aderezándola con temas igualmente clásicos de la música pop, desde Gloria Gaynor a Tina Turner o Madonna, entre otras.

La fidelidad de la comedia musical al guión de la película (así como a su singular vestuario, que consiguió para el filme su único Oscar en 1994) no es de extrañar, puesto que el director de la última, Stephan Elliot, es también codirector, junto a Allan Scott, de la versión teatral, que explota las posibilidades del nuevo contexto escénico para integrar la participación del espectador y la espectadora, que aplaude, corea, incluso se convierte en elemento de la trama bailando la conga sobre el escenario en el momento happening que tiene lugar al comienzo del segundo acto, en una concepción de la representación teatral que se sitúa en las antípodas de ese teatro épico que con Bertol Brecht buscaba el distanciamiento del público a través de diversas técnicas de extrañamiento.

Priscila es, en cambio, un producto de la cultura de masas. De una cultura que no se emplea en este caso, como suele ser lo más habitual, en trasladar un texto dramático a las posibilidades del celuloide, sino al contrario, trasladar un guión cinematográfico a la escena teatral, tal y como ya ha ocurrido con otras películas que también resultaron verdaderos éxitos de taquilla como Mujeres al borde de un ataque de nervios, cuya versión teatral se estrenó en los escenarios de Broadway. Sin embargo, la película que narra las peripecias de las tres drags apareció en un contexto histórico-social marcado en la comunidad lgtbqi por la conciencia de hechos tan turbadores como la crisis del sida, plasmados durante la década previa y coetánea en películas tan dramáticas como Philadelphia, estrenada también en 1994. Priscilla supone un punto de inflexión a esa tendencia cinematográfica y ahí, radica, en mi opinión, su principal valor, si tenemos que analizar la obra artística como producto social.

Y esto es también lo que se pierde en el musical, que aunque trata de actualizarse introduciendo en los diálogos elementos más próximos en el espacio y en el tiempo al momento de la representación teatral (con alusiones al Primark o a letrillas de Los Morancos, por ejemplo), cuenta una historia que resulta un tanto vieja ya en 2016, cuando las drag queens han dejado de ser personajes subversivos para convertirse en producto de consumo masivo.

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