Viva
Por Eduardo Nabal
Viva es a la vez un melodrama social y un
musical desolado sobre la supervivencia de un chico gay en las calles de la
parte más desfavorecida de La Habana. El filme de Paddy Breathnach
no ofrece concesiones a la hora de mostrar la dificultad por la supervivencia cotidiana
en una ciudad “venida a menos”, hermosa pero deteriorada, donde el hambre y la desestructuración social
llevan a gestos de solidaridad pero también de soledad y desamparo.
Estamos ante la historia de Javier
(Héctor Medina, seduciendo a la cámara desde muchos ángulos), un joven
voluntarioso, tal vez demasiado resignado para la ocasión, que trabaja como
peluquero y ocasional chapero para poder mantener una casa donde vive casi
solo. Huérfano de madre, con un padre en la cárcel, Javier se siente cada vez
más atraído por el mundo del transformismo y el espectáculo donde tiene a sus
mejores amigas y acaba creando a Viva, su alter-ego en el escenario del
transformismo. Pero el regreso de su padre, un ex-boxeador brutal, machista y
moribundo, encarnado con esfuerzo por Jorge
Perrugorría (Fresa y Chocolate,
Guantanamera), combinando zafiedad y un fondo de ternura, complicará aún
más la vida callejera de este joven superviviente en una aventura neorrealista
en la que solo se siente realizado en un escenario de un club nocturno de la
ciudad.
La película de Breathnach nos
muestra los avances sociales en temas de género y sexualidad pero es poco halagüeña
con la sociedad y las condiciones en la que viven los personajes y, sin nombrar
al régimen en ningún momento, la acción se desarrolla en una Cuba empobrecida, desencantada,
incapaz de engañarse a sí misma por mas tiempo, donde casi todos/as sueñan con
escapar o labrarse una vida diferente a la que les han deparado la suerte y el
ambiente que respiran con dificultad.
Un filme con un esquema narrativo bastante
simple y hasta bastante previsible pero con algunos hallazgos fílmicos notables
como las transiciones o elipsis, la banda sonora, algunos diálogos o silencios
entre el padre y el hijo y el montaje alternado o paralelo en la parte final. Viva
muestra la belleza de las calles y los personajes pero también la podredumbre
interior de algunos de ellos/as y la dificultad de ser uno mismo en un entorno
marcado por una hostilidad y el rencor. En este sentido la bonhomía y el estoicismo
omni-paciente del joven protagonista resultan algo lacrimógenos e irritantes
pero el ritmo, la elegancia de los movimientos de cámara, la iluminación de
exteriores e interiores de la ciudad y, sobre todo, la habilidad de Perrugorría
para combinar humor y dolor, logran convertir a Viva en una pequeña muestra del cine social a la vez amable y poco complaciente.
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