Daniel J. García : "En Rara Avis he tratado de inventar conceptos que escapen de las lógicas biopolíticas"
Por Eduardo Nabal
Daniel
J. García López (Almería, 1985). Licenciado y Doctor en Derecho por la
Universidad de Almería. Fue profesor de esta Universidad durante 5 años hasta
que, tras una denuncia de un caso de corrupción, fue “expulsado” de facto. Tras
deambular un tiempo por varias instituciones y el paro, desde hace un año es
Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Granada. Ha realizado
estancias de investigación en universidades españolas, alemanas e italianas. Es
autor de los libros Organicismo silente.
Rastros de una metáfora en la ciencia jurídica (Ed. Comares, 2013), Sobre el derecho de los hermafroditas
(Ed. Melusina, 2015) y Rara avis. Una
teoría queer impolítica (Ed. Melusina, 2016); co-editor de Derecho, memoria histórica y dictaduras
(Ed. Comares, 2009) y La luz más bella.
Poesía joven almeriense (Ed. en Huida, 2015); y traductor de Biopolítica. Un mapa conceptual”(Ed.
Melusina, 2016). Sus líneas de investigación son la historia de los
conceptos/metáforas, el pensamiento impolítico y la gubernamentalidad biopolítica
de corporalidades disidentes desde la teoría queer.
EDUARDO NABAL .-¿Cuándo escribías Rara
avis pensabas en los y las lectores/as? Porque hay conceptos y afirmaciones
muy polémicas aún hoy dentro de la comunidad que se hace llamar a sí misma
LGTBI?
DANIEL J. GARCÍA .- No sé muy bien si Rara avis es la segunda parte de mi anterior libro, Sobre el derecho de los hermafroditas,
o, quizás, una suerte de precuela. Sea uno u otro, lo cierto es que en Sobre el derecho de los hermafroditas
realicé un diagnóstico terrible sobre las mutilaciones genitales que sufren las
personas intersexuales en nuestros hospitales. Por eso sentía la necesidad de
escribir desde ese diagnóstico pero dirigiéndome hacia un pensamiento en
positivo: cómo podemos desactivar los dispositivos que llevan a la mutilación
genital de bebés intersex o a la patologización de personas trans. Por tanto,
si estos dos sujetos están siendo ubicados en la anormalidad, en la abyección,
¿por qué no reivindicar precisamente esa abyección, esa monstruosidad? Pero
reivindicarla no para reafirmar la norma, sino, precisamente, para destruirla.
Por eso, es cierto, en el libro hay elementos que pueden ser polémicos para la
comunidad LGTBI, pues en ocasiones se han reivindicado simples reformas sin
acudir a la raíz de los problemas. Por ejemplo, en el capítulo en el que abordo
una posible lectura queer del Derecho, analizo cómo la lucha por incluir a
todas las personas en la institución matrimonial, lucha legítima para hacer
vidas vivibles, puede conllevar el reforzamiento de una institución, la marital
(y piénsese en esta misma palabra: la vida matrimonial asociada al varón),
fuertemente heterocapitalista. Por eso no es posible un Derecho queer. Esto es,
si queremos resistir debemos hacerlo con otras categorías o instituciones que
no sean las de quienes te han estado oprimiendo. El léxico político-jurídico
moderno no puede dar respuesta ante las personas trans o intersex (ni tampoco,
por ejemplo, ante lxs refugiadxs): son insuficientes y por eso ya no es posible
la legitimación por los Derechos Humanos si las personas
mutiladas/esterilizadas/refugiadas quedan reducidas a meras vidas desnudas (lo
que en Grecia llamaban zoè o simple
hecho de vivir frente a la vida cualificada del bíos). Para explicar esto suelo utilizar un cuento breve de Kafka: “Las
intenciones con las que aceptas en ti el mal no son las tuyas, sino las del
mal. El animal arranca de las manos el látigo al amo y se fustiga él mismo para
convertirse en amo, y no sabe que esto es solo una fantasía producida por un
nuevo nudo en la correa del látigo”. En definitiva, ¿qué queremos: fustigarnos
nosotrxs mismxs o eliminar el látigo y al amo?
E. N.- Aunque en otra línea tu libro lleva en el subtítulo la palabra
“impolítica”, al contrario que otros ensayos recientes como los de Edelman o
Bernini, tu ensayo, es, a su manera, una caja de herramientas para repensar
muchos conceptos y universales desde los márgenes. ¿Estamos ante un libro
impolítico o político desde otra localización o ubicación?
D.J.G.- El concepto impolítico (que no es una antipolítica) que aparece en el libro se
enmarca en aquella corriente que
viene de autores de tradición italiana, desde Giorgio Agamben a Roberto
Esposito, y que guarda, bajo mi punto de vista, umbrales de intersección con la
teoría queer, de Judith Butler a Donna Haraway: frente al carácter normativo o
representable de la política, ambas concepciones (lo queer y lo impolítico)
convergen precisamente en la antinormatividad y la irrepresentabilidad, pues
parten de la idea de la desobra, de
la identidad como algo no cerrado ni obrado, sino como una singularidad cual sea
que no reivindica identidad alguna, una suerte de forma-de-vida, esto es, una vida indisolublemente unida a su forma
(en este caso, la forma de la mutilación). En esto, como digo, lo queer y lo impolítico
parecen ir de la mano. Lo que trato, en definitiva, es de construir un
imaginario político fuera de las
categorías políticas modernas, viciadas por los dispositivos biopolíticos. Por
ejemplo, frente a la categoría “persona”, reivindicar la “corporalidad”; frente
a los “derechos humanos”, los “deberes corporales”. Se trata, en fin, de
inventar otros conceptos que escapen de las lógicas biopolíticas. Porque si
seguimos hablando de derechos humanos sin tener presente que estos mismos son
un tentáculo de los dispositivos biopolíticos, seguiremos reproduciendo el
vicio originario de la política moderna: situar la nuda vida (la simple zoè que soporta la violencia) en el
plano de la polis. Por tanto, pienso que tanto lo queer como lo impolítico son
conscientes de que el Derecho es y solo es violencia, que su contenido esencial
es el uso de la fuerza (y esto también lo pensaba Kelsen, el mayor jurista del
siglo XX). Partiendo de esto, ambas concepciones pretenden construir otras realidades que escapen a esta violencia. De ello
se habla en el libro con varios ejemplos: el Quijote lo que pretendía era
imaginar otra vida, concebir otro mundo; en las fiestas del Carnaval o de los
Locos lo que se hacía también era imaginar otra realidad; lxs niñxs al jugar
inventan mundos (por eso Nietzsche reivindicaba la Kinderland, la tierra de lxs
niñxs, como desarraigo de toda patria, tierra de los padres)…
E.N.- El sexo, los géneros, las deslocalizaciones. La politización de las
sexualidades llega con el feminismo y el transfeminismo pero a veces se ha criticado a las modernas
teorías y corrientes de quedarse en lo
“meramente cultural”. Tú que te has movido en terreno de la práctica jurídica,
¿qué nos puedes contar al respecto?
D.J.G.- Lo simbólico es sumamente importante. El
derecho es un discurso como lo es también la performance. Solo que uno y otro
actúan en espacios distintos y con violencias diferentes. En Rara avis planteo dos mecanismos de
resistencia: uno desde dentro del sistema y otro desde fuera. Desde dentro del
sistema lo que tenemos que aprender es a tergiversar y retorcer el discurso
jurídico, de tal modo que podamos operar con un uso alternativo del derecho (utilizo
esta locución con toda la fuerza que tuvo en el marxismo jurídico de los años
60-70) que desmonte los pilares de los sistemas jurídico-políticos. Esto es, no
solo conseguir reformas, sino trastocar, contactar, contagiar. Porque podemos dar
razones para entender como crímenes contra la humanidad las mutilaciones
genitales de bebés intersexuales, pero eso es solo una reforma, muy necesaria y
que evitaría muchas vidas truncadas, pero solo un maquillaje del sistema. Por
eso, como digo, en el libro planteo mecanismos de resistencia desde dentro del
Derecho, pero que tratan de ir más allá de la simple reforma y atacar los
dispositivos biopolíticos que encierran, incluso, los Derechos Humanos. Y en
segundo lugar, plantear también una ofensiva desde fuera del sistema. Decía
Bataille que el valor de lo inútil es precisamente su inutilidad porque el
sistema siempre se apropia de todo lo útil: por eso, debemos buscar espacios
inútiles para evitar que nos reapropien. De ahí que en Rara avis se han buscado ejemplos históricos de carcajadas inútiles
como la fiesta de locos o el carnaval. Y a partir de ahí construir una
subjetividad rarita similar a la de la infancia, donde un lápiz es una nave
espacial. Pero esto no solo se queda en lo “estético”, sino que también puede
incidir en los marcos jurídicos como ocurrió originariamente con el ‘usus
pauper’ de la comunidad franciscana, que le hizo renunciar a la propiedad
privada y, por tanto, al derecho.
E. N.- Yo veo aún que los viejos debates no se han cerrado en muchos
círculos. ¿Para ser una ‘rara avis’ hay que saber cambiar de hábitat o
simplemente ocupar subjetividades negadas sobre todo en campos tan marcados
como los del género, la corporalidad, la normalidad social?
D.J.G.- Tenemos una asignatura pendiente: reivindicar
el cuerpo. El Derecho, desde Roma, se basa en la dicotomía “personas-cosas”,
olvidándose la dimensión corporal. Esta queda excluida. Incluso los Derechos
Humanos han excluido la corporalidad. Es cierto que las prácticas, pensemos
en el poder, han girado en torno al cuerpo, a su disciplina, a su control. Pero
en el ámbito del conocimiento, y, en concreto, del conocimiento jurídico, se ha
eliminado del modelo al cuerpo porque no es ni persona ni cosa, sino que ha
oscilado entre una y otra, pero sin ser una ni otra. La pregunta que se realiza
en Rara Avis precisamente toma el
cuerpo como lugar central: ¿es posible un derecho que ya no sea de ni sobre, sino entre? De ser posible, ¿seguiría siendo
derecho? Es central la pregunta por el cuerpo, como la pregunta por la
identidad. El Estado puede aceptar cualquier tipo de reivindicación identitaria
(desde las múltiples reivindicaciones nacionales dentro de un Estado hasta la
identidad terrorista), pero lo que no puede consentir es una singularidad que
haga comunidad sin reivindicar identidad alguna. En este caso el Estado queda
desconcertado porque necesita siempre identificar (para preparar el orden en el
que insertar o reapropiar esa identidad). Por eso el mayor peligro para la forma-Estado
es una comunidad sin identidad. He aquí lo que podemos aprender de lo queer y
lo impolítico (o eso que llamo queerimpoliticidad):
un cuerpo que expone sus heridas y cicatrices. Y he aquí la idea de justicia
que se maneja en Rara avis: la justicia como hospitalidad. Lo explico: cuando
recibimos a alguien en nuestra casa lo podemos hacer de dos maneras. Bien
nuestx amigx ha llamado unas horas antes para avisar de su llegada o bien ha
aparecido sin más (o nos hemos encontrado por la calle y decidimos subir a
casa). En el primer caso, normalmente prepararemos su llegada: un repaso a la
casa, limpiar un poco, comprar algunas bebidas. De esta forma, cuando nuestrxs
amigx llega a casa, hemos construido un orden que lo absorbe, que se apropia de
nuestrx invitadx. Por el contrario, cuando aparece sin más no hay un orden
preestablecido que pueda apropiarse de ese huésped, sino que su llegada
trastoca nuestro orden. Este segundo caso es el que interesa para Rara Avis: en la distancia que se
produce entre ambas personas donde se ubica la justicia. Explico esto con tres
ejemplos: la película/novela Teorema,
de Pasolini, el teatro de Copi y algunos textos (Así que pasen cinco años, Viaje
a la lunade Federico García Lorca.
E.N.- ¿Te consideras tu mismo una ‘rara avis’ o depende del hábitat en el
que te encuentres? ¿Es la academia o la universidad - con respecto a estos
estudios todavía emergentes-, depende cuándo y dónde, un espacio natural
protegido o una selva peligrosa e inexplorada?
D.J:G.- Aquí debo hacer una confesión que es del
todo obvia: yo trabajo para el sistema. Aquel que me proporciona los medios de
subsistencia es un Estado heterocapitalista como el español. Trabajo en la
Universidad y, por tanto, asumo las reglas del sistema. Cosa distinta es
entender que este sistema no es un sistema justo y, por tanto, tengo la
necesidad (también una necesidad de subsistencia) de luchar por construir otro
radicalmente distinto. Ello lo he hecho y lo hago desde la teoría y desde la
práctica. Con lo que me he ganado bastantes broncas: desde mi “expulsión” (de
facto) de la Universidad de Almería tras cinco años trabajando como profesor por
denunciar un caso de corrupción, hasta la minusvaloración por parte de los
organismos académicos que entienden que los trabajos sobre el cuerpo, sobre lo
LGTBI, sobre personas intersex no son trabajos que merezcan la pena. Si,
quizás, hubiera sido conformista con el sistema, hubiera trabajado cualquier
tema considerado “importante” por la academia o políticamente correcto, ahora
quizás no tendría un mero contrato de profesor sustituto interino. Pero al
vivir entre la teoría y la práctica, y, por tanto, entender que la una y la
otra van indisolublemente unidas, he asumido los riesgos de mi trinchera. No
obstante, tengo la inmensa suerte de haber tenido un “maestro” que me ha dado
total libertad (y responsabilidad) para trabajar en lo que yo estimara más
adecuado, así como, desde hace un año, un Departamento (de Filosofía del
Derecho de la Universidad de Granada) que me ha acogido y arropado con mucho
cariño desde el principio (cosa que no ocurría en la Universidad de Almería).
Ello me permite tener, este curso, alrededor de 350 alumnxs. Eso me da la
capacidad de discutir de determinados temas con una población bastante
numerosa. Algunxs, obviamente, se aburrirán, no les interesará o no sabré
llegar a ellxs. Otrxs, en cambio, y esto es uno de mis mayores orgullos, me
paran por la calle (incluso con alguna copa de más: con lo que me creo más sus
palabras) para decirme que les he abierto los ojos. Pienso que no hay mayor
satisfacción para un profesor. Porque en mis clases, al inicio del curso,
siempre tengo el mismo objetivo: inventar herramientas, entre todxs, para
tratar de resistir la violencia del sistema cuando salgan del aula (la primera
herramienta que construimos es pactar el sistema de evaluación: son mis alumnxs
lxs que deciden cómo quieren que les evalúe, porque, eso sí, al final tengo que
rellenar un acta con notas)¿Esto me convierte en una ‘rara avis’? Me gusta
mucho una pegatina que una vez vi adherida al maletero de un coche: “En mi mundo, el raro eres tú”.
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