lunes, 14 de noviembre de 2016

LUCAS PLATERO EN CÁDIZ

"La conformación de la identidad es un proceso íntimo, complejo y subjetivo, que no entiende normas ni de plazos legales"



Por José García


Lucas Platero, activista por los derechos LGTBQ, profesor de Formación Profesional, y doctor en Ciencias Políticas y Sociología, clausura el próximo sábado 19 de noviembre las jornadas Cádiz sin violencias, organizadas por la Fundación Municipal de la Mujer del Ayuntamiento gaditano. Platero investiga en la actualidad sobre las experiencias de las personas trans* que tienen hijos, junto con Esther Ortega Arjonilla. También es miembro de varios proyectos de investigación, entre los que destacan: el Proyecto Europeo HERA «Cruising the 1970s-CRUSEV» (2016-2018), y proyecto i+d «Voces múltiples, saberes plurales y tecnologías biomédicas» (2016-2018), en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía del CSIC. A lo largo de su trayectoria como activista e investigador, también ha trabajado en varios proyectos europeos de investigación, con énfasis en interseccionalidad, ciudadanía íntima y la construcción de la agenda política LGTBQ.


JOSÉ GARCÍA.-  En los últimos tiempos, con la aprobación de normativas que despsiquiatrizan y que retiran el diagnostico de la transexualidad, en Andalucía, Valencia, Madrid, Cataluña, empieza a cobrar certeza la sensación de que estamos en el momento de los derechos civiles de las personas trans en el contexto español, que por fin se sitúa como una prioridad en las agendas políticas de los y las gobernantes. ¿Crees real este momento? ¿O nos hallamos ante un espejismo?

LUCAS PLATERO.- Estamos en un momento de máxima visibilidad de las personas trans y de la lucha por nuestros derechos, de una manera que no se ha dado nunca antes en la historia. Curiosamente, en un momento en el que se están perdiendo muchos derechos que han constado siglos conseguir, me refiero a los derechos laborales, de acceso a la educación y sanidad, entre otros. Se está generando una conciencia colectiva de que las personas tenemos que poder decidir sobre nuestros propios cuerpos sin la tutela médica o legal, un cambio que creo que es social y colectivo.  Sin embargo, me temo que los derechos no se consiguen de una vez por todas, como se puede ver en el clima actual de cambios políticos y sociales hacia la extrema derecha. Nos toca generar transformaciones sociales y culturales que sean más profundas y estables de lo que son las leyes, por muy progresistas que puedan parecer en un momento dado. Digo esto porque las leyes se pueden cambiar, pero si hemos generado una conciencia colectiva sobre la necesidad de apoyar a las personas trans en nuestro derecho a la autodeterminación, esta aceptación podrá sobrevivir a tales cambios.  

J.G.- ¿Qué va a suponer para la vida de las personas trans esta despsiquiatrización y este desdiagnóstico?

L.P.- Poder respirar y sentir que nuestra vida es posible. ¿Qué tipo de vida es aquella en la que te tiene que dar derecho a ser un psiquiatra? Y que lo hace a cambio de diagnosticarte una enfermedad mental… La conformación de la identidad es un proceso íntimo, complejo y subjetivo, que no entiende de normas y que no está sujeta a los plazos que establecen las leyes. La ley argentina fue una bocanada de aire fresco para quienes nos ahogábamos en los límites de una ley pobre de  rectificación de nombre y sexo. Fue vital que alguien pudiera imaginar una lucha fuera de los márgenes que establecen los leyes, para poder pedir lo que parecía imposible, y que fíjate, ahora sí puede ser. Poder afirmarte como quien eres sin pedir permisos. Aún necesitamos tiempo para que estas leyes se sigan contagiando y se produzcan en toda nuestra geografía y que nos impulse a ir más allá, en esta senda de autodeterminación vital. Las personas trans necesitamos una identidad, pero también tener trabajos dignos, acceso a la salud, poder estudiar sin sentir el acoso, y otras necesidades básicas.

J.G.- Uno de los temas que más controversia social suscita, principalmente entre aquellos sectores de la sociedad más influidos por el discurso de la jerarquía eclesiástica, es el del inicio del tránsito antes de la pubertad.

L.P.- Esta es una cuestión vital, de vida o muerte para muchas niñas y niños. Está en juego reconocer que la niñez y la juventud deben tener derechos que han de parecerse a las personas adultas o incluso ser más amplios por su propia vulnerabilidad, y que estos derechos han de estar presentes en todos los ámbitos.  Vivimos situaciones paradójicas con respecto a la edad, por ejemplo para tomar decisiones con respecto a la salud, la mayoría de edad está establecida en los 16 años, menos para cuestiones ligadas al proceso de modificación corporal trans (aunque curiosamente la cirugía estética está permitida). Se ha ido cambiando la edad de consentimiento sexual (de 12 a 13 años) hasta llevarla a los 16 años recientemente, pero te puedes casar con 14… Negamos que tengan derecho a tomar decisiones sobre su cuerpo, sobre su sexualidad, pero se quiere poder castigar al menor que comete delitos. ¿Para qué se es mayor y para qué no? Muchos de estos cambios demuestran que las ideas morales conservadoras tienen mucho peso y producen mucho contrasentido en cómo concebimos a la infancia y juventud. Creo que es momento de señalar que no permitir que puedan acceder a un apoyo para su tránsito, ya sea sanitario o psicológico, es una forma de violencia contar una persona muy vulnerable.

J.G.- Sin embargo, o tal vez como respuesta a ello, los avances jurídicos no han tenido su correlato en la disminución de la violencia transfóbica, ¿qué clases de medidas y propuestas se necesitan para erradicar estas formas de violencia?

L.P.- A veces tener más visibilidad se correlaciona incluso con más violencia. Quienes han sentido que son “la mayoría” pueden querer tratar de restablecer su lugar de poder. Esto es algo que se está viendo con el giro ultraderechista que recorre Europa y los EEUU. La transfobia es un lugar común para nuestra sociedad. No hay más que ver los chistes de mal gusto que han circulado con la muerte de Cristina La Veneno la semana pasada. ¿Esto no es motivo de ser considerado un delito? Tenemos un doble rasero, porque un tweet de humor sobre otros temas ya está siendo criminalizado mientras que hay “barra libre” para reírse de las personas trans.  Nos toca hacer campañas sociales y campañas políticas concretas, donde se dé valor a las personas trans, a nuestras aportaciones sociales. Es mal momento para pedir inversión pública, pero sin políticas activas, algunas personas trans en situación de vulnerabilidad tienen muchas dificultades para seguir estudiando, encontrar y mantener un puesto de trabajo, poder acceder a sus tratamientos que ahora no están llegando a las farmacias, sentir que viven en un barrio en el que se les acepta… Supone generar una movilización donde se demuestre que no somos personas imposibles, sino acceder a un ejercicio de ciudadanía plena.

J.G.- Esta violencia transfóbica se hace especialmente patente en el ámbito escolar, donde los niños y las niñas prototrans constituyen uno de los blancos más vulnerables del ‘bullying’? ¿Qué podrías aportar para solucionar este problema desde tu experiencia como docente en intervención socio-comunitaria?

L.P.- Todas las escuelas tienen chavales que rompen las normas de género de una manera u otra, y todas tienen estudiantes y profesorado trans. No nos estamos tomando en serio el problema del acoso escolar y esto produce mucho sufrimiento, fracaso escolar y una escuela que expulsa tempranamente a sus miembros más vulnerables. El acoso escolar se sirve de la injuria de género, utilizando términos como nenaza, mariquita, puta, marimacho, travelo y muchos otros para disciplinar a todos los miembros de la comunidad escolar. Sabemos por aprendizaje vicario a lo que nos exponemos si cruzamos la línea de lo que se espera de nosotros, de lo que nos pide el grupo de líderes. En mi experiencia es importante tener referentes en tu escuela que te escuchen y te hagan sentir que perteneces. Es vital tener una actitud clara y activa frente al acoso, no sólo minimizar su impacto y decir que es una broma, una chiquillada o que te ampara la libertad de expresión. Tenemos que atrevernos a estudiar y poder introducir la educación afectivosexual en nuestra práctica cotidiana. Es una necesidad clara que me encuentro cada día. Con respecto al acoso, creo que hace falta una voluntad clara de escuchar y creer que el alumnado es capaz, que se merece que les traten bien y poder trabajar con ellas y ellos en la prevención. Hay muchas herramientas, desde las alumnas tutoras, el trabajo por pares, las tutorías, el método kiva… Son ideas fantásticas que ya sabemos que funcionan. Pero para eso hay que querer ponerse manos a la obra.

J.G.- Para terminar, ¿crees que estamos muy lejos de que la mayor parte de la sociedad asuma que la identidad de género puede ser producto de una elección y no una forma de determinación biológica?

L.P.- En esta cuestión soy un poco menos optimista. Como sociedad, tenemos una fe ciega en el poder de los genes y lo genético, la conformación del cerebro y la predeterminación y mucha gente quiere creer que “nacemos así”. Que no tenemos ninguna capacidad de elección sobre lo que nos gusta, quienes somos y cómo nos expresamos. Yo creo que hay un espacio para la elección, que está bien poder elegir en parte quienes somos, con las corporalidades y predisposiciones que vienen “de serie”. No creo que todo esté decidido antes de poder hablar y moverte en el mundo, y que tenemos que poder decidir sobre quiénes somos.
 

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