miércoles, 7 de diciembre de 2016

BOLLOTECA

Violette y Simone: no se nace mujer

 

Por Eduardo Nabal





El realizador francés Martin Provost ya demostró nuevamente su talento y sensibilidad en Seraphine, la biografía de Seraphine de Senllis, una sirvienta rural que alcanzó fama póstuma como pintora, pero que en su época acabó en la locura incapaz de encarar la fama y el mercado del arte.



            Provost, dotado de una gran sensibilidad plástica, nos cuenta mucho a través de imágenes, los colores y los personajes moviéndose en el encuadre. Ellos y sus cruces de caminos son los que hacen avanzar la historia, biográfica, novelada o ficticia. No obstante, en esta ocasión Provost se atreve con la Francia de los años cuarenta y cincuenta y con el retrato de la intensa y controvertida escritora Violet Leduc, que sufrió una juventud miserable, inestable y tormentosa, recién salida de la guerra, pero conoció la admiración de los grandes nombres de las letras francesas del momento como Camus, Sartre, Cocteau o Jean Genet. El éxito fue su destino con la mayor libertad de expresión de los años sesenta, aunque su situación inicial no parecían  presagiarlo, entre dudas sexuales, miedo a la pobreza provocada por la posguerrera y la ocupación y sin tiempo para dedicarse a su verdadero arte vocacional. La sinceridad, la prosa desagarrada y la ausencia de tabués hacen de Violette Leduc un personaje interesante, una pionera, reflejo de una Francia que crea mitos pero solo da oportunidades a unos pocos, y a unas pocas, divididas entre varias tareas

            El filme narra su extraña relación con la escritora y filósofa Simone de Beauvoir, que tan pronto la acoge en su seno literario y la alienta en todos los sentidos como la aparta de su vida, ya que sus esferas sociales son distintas. Leduc, tal y como muestra Provost, vivió su lesbianismo en un mundo todavía primitivo, a pesar de la intelectualidad que llegó a rodearla después de pasar por trabajos precarios y vanos intentos de reconocimiento literario. La narrativa de Provost se toma su tiempo pero  nunca se detiene y su atención a los detalles enriquecen el conjunto, apartándola de cualquier biopic al uso, en parte, gracias a la fuerza de Emmanuel Devos, dotando de una mezcla de inestabilidad y vigor a su atormentado pero vitalista y casi siempre encendido personaje.

            Basta con leer el confuso y pacato capítulo que Simone de Beauvoir dedica a “La lesbiana"  en su importante libro El segundo sexo para saber que la visión de la pensadora y sus contemporáneos era todavía limitada, incluso dentro del nuevo feminismo que reivindica la autonomía económica, sexual y personal de las mujeres que, como Leduc, cuidan de otras mujeres (como su madre o su tía abuela), mientras sus hombres mueren en el frente.

            La independencia de Beuvorir le garantiza cierta movilidad en los círculos intelectuales del momento,  pero la autora de los dos tomos  de El segundo sexo se ve conmocionada por la sinceridad y carnalidad de las descripciones de Leduc. Puede que la historia no fuera así, que se haya impuesto la poesía a la reconstrucción fiel de los hechos, pero Provost logra de nuevo una recreación sensual y llena de refinamiento visual  de un mundo sórdido- lleno de pequeños apartamentos sin calor, caminos rurales, pequeñas tabernas-  donde la belleza surge de los momentos y los encuentros más inesperados.

            Al final es posible que la importancia de Leduc como prosista poco convencional superara a la propia de Beauvoir (mejor ensayista que narradora), pero el caso es que ambas mujeres vivieron en un mundo donde se fomentaba la insolidaridad y la competencia entre las plumas de uno u otro talante. También entre las mujeres.

            Simone le invita a contar en sus libros sus intimas experiencias ("lo personal es político") para ayudar a otras mujeres que han abortado, perdido a su marido o amado a otras mujeres en secreto, desde adolescentes.  Mientras tanto su madre y el mundo en que se mueve intentan devolverle a un sitio de anonimato o, al menos, un lugar de discreción y vida laboral más convencionales y  seguras.  Simplemente le dicen  "sé una mujer" cuando se manifiesta el carácter irascible y la poca afición de Leduc por los hombres y la sola idea del matrimonio.

            Historia de iniciación, desencanto, desafío, lucha por la supervivencia, amistad o amor "no correspondido". Estamos ante una obra valiente en el cine francés que necesita verse con atención  para, como en Seraphine, no desprenderse de la belleza y la libertad inherente al naufragio temporal  que nos cuenta con una paleta de verdadero pintor de celuloide, cuidando sombras y luces, interiores y exteriores.

            Y que mejor que acabar esta reseña con unas líneas  de la propia Violette, que reflejan el carácter descarnado y poético de su prosa:



Si no la encuentro voy a arrastrarme a lo largo de los cafés cerrados a las once de la noche. Las sillas, unas sobre otra, son elucuentes, y yo estoy muda. ¿En qué te has convertido, tú que querías escribir? Un pedazo de diario pisoteado con el que se divierte el viento en una calle pisoteada, estemos vivas, estamos lívidas hasta la punta de los dedos, nos apretamos las unas contra las otras, esperamos el día. La vieja reinita desteje su bufanda, destruir la embellece (...) Las tres de la mañana. Las cuatro de la mañana. El alma es friolenta, el corazón no está tranquilo, las manos están vacías (...)".


 
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