viernes, 9 de diciembre de 2016

ESTRENOS DE CINE

Animales nocturnos. La pesadilla de Sara

 

 

Por Eduardo Nabal








Resulta curioso que a algunos les dé pudor ver o comentar una película por el estatus mediático y polifacético de su realizador, cuando este no es tan diferente del de otros al que siguen con fervor. Así la crudeza de algunas de las secuencias de la metaficción Animales nocturnos no tiene nada que envidar al todoterreno Oliver Stone o al histriónico Quentin Tarantino, aunque, obvia y afortunadamente, lo que nos cuenta el realizador de la hermosa  Un hombre soltero tenga otra dimensión humana  y social mas amplia.
            Con todo, Animales nocturnos es una película algo estridente y ampulosa, aunque logra su propósito de retratar el quebradizo mundo interior de Sara, una mujer cuya vida, como la de tanta gente, resulta ser una “elección equivocada”. Instalada en el  llamado ‘arte moderno’ y las más modernas galerías -que no dejan de ser prolongaciones de su propio hogar de diseño- la atribulada protagonista femenina recibe (debajo de la puerta blindada de su casa) el manuscrito de la novela de su exmarido, un escritor sin éxito al que abandonó por un pragmático hombre de negocios. Y Tom Ford pone con pulso en imágenes esa novela ‘neo-noir’, irónica y espeluznante  que es una suerte de ajuste de cuentas con la realidad y la ficción. 
            A pesar del glamour algo ‘freak’ del mundo de exposiciones y negocios donde vive, la protagonista insomne del filme de Ford echa de menos el romanticismo de su primer y verdadero amor y detesta como se ha convertido en aquello en lo que juró no convertirse: un reflejo, más o menos atenuado y contemporáneo, de su madre que representa los valores ultraconservadores del materialismo neoliberal, republicano, homófobo, racista, codicioso y obsesionado por la “superficie de las cosas” y que oculta su lado salvaje en lujos y banalidad insensible.
            No en todas partes, pero en muchas metrópolis el mundo del arte moderno se ha convertido o se va convirtiendo  en esa “feria de vanidades” que retrata Ford. La protagonista ha dejado de luchar por el arte en el que creía desde que se separó de su  primer marido porque no lograba triunfar como escritor y ella no podía soportar una vida sin lujos, triunfos ni crecientes halagos.  La novela que le llega, una suerte de cruce entre wenster crepuscular e historia cruel de  Jim Thompson, ambientada en la Texas natal de ambos,  le demuestra que su primer marido (encarnado por Jake Gyllenhall)  también es capaz de crear seres viles y defenderse de los fantasmas, esos fantasmas mentales o reales que ella intenta acallar con los somníferos, ante el naufragio cada vez mas evidente de su nuevo matrimonio y la soledad de la burbuja “artística” por la que se tambalea.
            Tom Ford ha realizado su segunda película un filme duro, irregular pero apasionante en una época en la que el neopuritanismo, la frustración y la violencia campan a sus anchas en el interior de EEU. Y ha conseguido también transmitir el mensaje de la novela en que se basa, escrita por Austin Wright, una suerte de incómoda reflexión especular sobre aquello que Erich Fromm llamó hace ya varias décadas “miedo a la libertad”.
            Sin pelos en la lengua, a Mr. Ford. no se le ha ocurrido promocionar su película más que sentenciando “Todos los hombres heterosexuales, deberían ser penetrados alguna vez. Les ayudaría a comprender mejor a las mujeres”. Bien por la primera parte, no hay que cerrarse puertas. Pero no creo que le ayudara a comprender a nadie. Si acaso, algo mejor,  a sí mismos.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario