Animales nocturnos. La pesadilla de Sara
Por Eduardo Nabal
Resulta curioso que a algunos les dé pudor ver o
comentar una película por el estatus mediático y polifacético de su realizador,
cuando este no es tan diferente del de otros al que siguen con fervor. Así la
crudeza de algunas de las secuencias de la metaficción Animales nocturnos no tiene nada que envidar al todoterreno Oliver
Stone o al histriónico Quentin Tarantino, aunque, obvia y afortunadamente, lo
que nos cuenta el realizador de la hermosa
Un hombre soltero tenga otra
dimensión humana y social mas amplia.
Con
todo, Animales nocturnos es una
película algo estridente y ampulosa, aunque logra su propósito de retratar el
quebradizo mundo interior de Sara, una mujer cuya vida, como la de tanta gente,
resulta ser una “elección equivocada”. Instalada en el llamado ‘arte moderno’ y las más modernas
galerías -que no dejan de ser prolongaciones de su propio hogar de diseño- la
atribulada protagonista femenina recibe (debajo de la puerta blindada de su
casa) el manuscrito de la novela de su exmarido, un escritor sin éxito al que
abandonó por un pragmático hombre de negocios. Y Tom Ford pone con pulso en
imágenes esa novela ‘neo-noir’, irónica y espeluznante que es una suerte de ajuste de cuentas con la
realidad y la ficción.
A
pesar del glamour algo ‘freak’ del mundo de exposiciones y negocios donde vive,
la protagonista insomne del filme de Ford echa de menos el romanticismo de su
primer y verdadero amor y detesta como se ha convertido en aquello en lo que
juró no convertirse: un reflejo, más o menos atenuado y contemporáneo, de su
madre que representa los valores ultraconservadores del materialismo
neoliberal, republicano, homófobo, racista, codicioso y obsesionado por la
“superficie de las cosas” y que oculta su lado salvaje en lujos y banalidad
insensible.
No
en todas partes, pero en muchas metrópolis el mundo del arte moderno se ha
convertido o se va convirtiendo en esa
“feria de vanidades” que retrata Ford. La protagonista ha dejado de luchar por
el arte en el que creía desde que se separó de su primer marido porque no lograba triunfar como
escritor y ella no podía soportar una vida sin lujos, triunfos ni crecientes
halagos. La novela que le llega, una
suerte de cruce entre wenster crepuscular e historia cruel de Jim Thompson, ambientada en la Texas natal de
ambos, le demuestra que su primer marido
(encarnado por Jake Gyllenhall) también es
capaz de crear seres viles y defenderse de los fantasmas, esos fantasmas
mentales o reales que ella intenta acallar con los somníferos, ante el
naufragio cada vez mas evidente de su nuevo matrimonio y la soledad de la
burbuja “artística” por la que se tambalea.
Tom
Ford ha realizado su segunda película un filme duro, irregular pero apasionante
en una época en la que el neopuritanismo, la frustración y la violencia campan
a sus anchas en el interior de EEU. Y ha conseguido también transmitir el
mensaje de la novela en que se basa, escrita por Austin Wright, una suerte de
incómoda reflexión especular sobre aquello que Erich Fromm llamó hace ya varias
décadas “miedo a la libertad”.
Sin
pelos en la lengua, a Mr. Ford. no se le ha ocurrido promocionar su película
más que sentenciando “Todos los hombres
heterosexuales, deberían ser penetrados alguna vez. Les ayudaría a comprender
mejor a las mujeres”. Bien por la primera parte, no hay que cerrarse
puertas. Pero no creo que le ayudara a comprender a nadie. Si acaso, algo
mejor, a sí mismos.
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